Sala de columnas - La ilusión de la inmovilidad

Autor

PEDRO G. CUARTANGO

La ilusión de la inmovilidad

UNA de las tentaciones de los filósofos es la ilusión de la inmovilidad. Ya lo dijo Parménides, maestro de Platón: «el ser es» y, por tanto, no existe la nada ni el cambio. Todo es una permanente repetición.

Los seres humanos detestamos los cambios y nos aferramos al presente como si fuera a durar para siempre. Pero el tiempo va socavando los cimientos de nuestras certezas.

Los hombres del Paleolítico ya sintieron necesidad de fijar el tiempo y, por eso, inventaron los mitos, que dieron lugar a las religiones. Roland Barthes lo escribió con meridiana claridad: «el fin de los mitos es inmovilizar el mundo».

El ser humano necesita referencias, seguridades, valores con los que guiarse. Lo lleva en sus genes. Pero la crisis que vivimos provoca desazón e incertidumbre y quiebra todos nuestros códigos. Eso nos conduce a la añoranza de un pasado que jamás volverá.

La gran mentira de los políticos y los partidos es difundir el mensaje que, después de este shock, seguiremos siendo como éramos. Nos dicen que son necesarios los recortes para preservar lo fundamental, que las molestias son puramente temporales e incluso que, cuando todo pase, nos volverán a bajar los impuestos.

Pero ese discurso no es más que una distracción para hacernos olvidar que estamos caminando en una dirección que no sabemos hacia dónde nos lleva. Los políticos tampoco lo saben, pero fingen que tienen una brújula para orientarse en la oscuridad que nos rodea. La ilusión de la inmovilidad es hermosa, pero falsa porque vivimos en un mundo en el que todo fluye, como predicaba Heráclito, el gran antagonista de Parménides, que sostenía que nunca nos bañamos en el mismo río.

Nuestra cultura, nuestros hábitos de consumo, nuestros esquemas mentales nos inducen la falsa sensación de una realidad estable. Pero como Hegel escribió con perspicacia en la Fenomenología del Espíritu, el sujeto toma conciencia de unos hechos que se han desvanecido ya en el momento de interpretarlos.

El ser es puro pasado, una «ilusión evaporada» y el futuro es imposible de conocer. Volviendo de nuevo a Hegel, «el ser es equivalente a la nada». Asumamos que nuestras vidas están regidas por la incertidumbre y la contingencia, la única convicción firme a la que nos podemos agarrar.